Egon Schiele

"No hay arte nuevo. Hay artistas nuevos. El artista nuevo tiene que ser fiel completamente a si mismo, ser un creador, ser capaz de construir sus propios cimientos directamente y solo, sin apoyarse en el pasado o la tradición"

Miguel Barnet

".. nos gusta también burlarnos del canon de las academias y de los académicos, de los poderes hegemónicos, de la bolsa de valores y de la prensa adocenada que nos castiga a diario con un lenguaje antiliterario. La literatura no es otra cosa que un antídoto frente a los valores absolutos, un bálsamo y un espejo impúdico que no debe ocultar absolutamente nada. La literatura es la verdadera Caja de Pandora de la mitología y no un tratado de armonía y belleza como quería Platón sino un salvoconducto para instalarnos en esa esfera de lo estético que condensa las aspiraciones más puras del ser humano".
Encuentro Internacional SECH -Chile

lunes, 22 de octubre de 2007

Equívoca comparación


Eran las 4:43 de la madrugada del 22 de octubre. Lo recuerdo bien, miré el gabinete abierto del computador. Le falta un ventilador, dijo mi hijo, pero andará bien, no te preocupes. No le creí. El hardware exhibía el interior, dejaba al descubierto sus vísceras de tonos azules, blancos y rojos. Lo miré con cierto desdén, me pareció vacuo, amorfo, sordo, ciego, como aquella ejecutiva en el día de la reunión mensual del comité. Conforme a lo que conferenciaba, su labor era perfecta. Todas las actividades de su unidad se habían efectuado correctamente. La escuché pensando en cómo podía exponer fríamente que todo marchaba como un reloj si recién acabábamos de informarle las fallas del sistema. Sin decirlo directamente, no aceptaba nuestras quejas y protestas evidentes, considerando los resultados observados por nuestros ojos especialistas. Permanecía impasible, como autómata repetía el discurso preparado con su ingenieril eficiencia. Discutible por cierto. Seguro le faltaba más de un ventilador, sus cables estaban empolvados y sin tarjeta madre que la alimentara o retroalimentara. ¿Qué podíamos saber nosotros enanos ignorantes ante su mayúscula inteligencia e incuestionable eficacia? La paciencia se dibujaba en nuestros rostros y sus palabras resonaban en los oídos como una letanía. La impotencia selló nuestros labios. O el sopor de la tarde con 27 grados azotándonos a las cuatro y treinta de la tarde. Fue cuando pedí un vaso de agua para tomar un remedio, un sedante para calmar el ansia de refutar, reclamar, hacer visible la molestia. Me pareció que todos imitaron, de alguna forma, mi gesto. Los observé atenta, uno, trazaba líneas en la carpeta blanca, otra se miraba el barniz de las uñas, el joven integrante, que fácilmente podía ser uno de mis hijos, jugaba con su lapicera azul mientras miraba obsesionado, la punta dorada, el anciano maestro tocaba insistente el marco de sus gafas. Supe que apaciguaban la ira, esa dinamita que comulga con la injusticia, a punto de estallar desde el diafragma o las vísceras. La ejecutiva estaba sorda, ciega, exenta de un buen procesador. Igual que el PC lucía la impúdica frialdad de sus zonas recónditas. Jamás una consulta, una pregunta, algún atisbo de humildad, para quienes se supone estamos cotidianamente en la trinchera, en el campo de batalla, lejos de un sillón preferencial desde donde se fomenta la burocracia, esa lentitud desesperante que obstaculiza el cambio anhelado. Una acción expedita que optimice el panorama. Nosotros trabajamos por amor al arte. Ella, inconscientemente, justificaba sus emolumentos, mensuales y fijos. ¿Qué sabe ella lo que enfrentamos día a día? ¿Cómo reaccionaria al estar frente a nuestros pares, los numerosos críticos implacables del sistema? ¿Ante quienes nos tenían en el dichoso comité? y ante los cuáles, intrépidos, damos la cara. Su fatua actitud nos habla de un desconocimiento absoluto de la realidad. Y ella gana el dinero.

Después de la reunión, estuvimos de acuerdo en que la joven ejecutiva presentaba visibles manchas de soberbia mezcladas con prepotencia académica. ¡Qué hacer!, así es el sistema dijeron todos al unísono y con rostros sombríos. Yo asentí, empapada de olor a oveja, tampoco quise darle más importancia para no alterar más mi presión arterial. Ahora que lo pienso, este computador con una tarjeta madre de dudosa calidad y aún cuando le falta un ventilador funciona más eficazmente y con visible humildad y respeto. Plausible. Definitivamente, no puede compararse a la mujer vestida de gris.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Calle San Diego

En la calle San Diego de Santiago de Chile, existen dos hileras de pequeños quioscos que exponen y venden al público, libros usados, pirateados y también versiones originales.Recorrí a paso lento y con hambre de ratón literario los puestos de venta. Libros de Isabel Allende y autores extranjeros se encontraban en cantidades impresionantes. Pocos autores chilenos, excepto uno que otro libro de José Donoso, el libro de Malucha Pinto, y algún otro desconocido colgaba de un estante del primer librero. En otros, Sthendal, Kuorac, Borges, entre libritos de sopas de letras y puzzles diversos exhibían sus portadas envueltas en plástico transparente, junto a diccionarios que claramente son ediciones antiguas para este año. Múltiples cuentos, en ediciones minúsculas y baratas, para estudiantes de básica y media se mezclaban con textos para profesores. Pero otros textos escritos por chilenos, salvo el de Delia Vergara, Conversaciones con Lola Hoffman, “El inútil de la familia” de Jorge Edwards, “Antología de Aire” de Rojas, “Versos para combatir la calvicie” de Nicanor Parra, Elizabeth Subercaseux, en otros quioscos, nada. Me acerqué a un puesto ubicado casi al final de la faja de ofertas, pregunté por el Arco y la Lira de Octavio Paz, algún libro de Diamela Eltit, de Berenguer, Montecinos, no habían. ¡Ah!, pero Bonsái de Zambra, un libro pequeño, pirateado se ofrecía en ocho mil novecientos pesos, el de Donoso, La desesperanza, en diez mil pesos. Aquel librero insistía que Bonsái no lo encontraría más barato y añadió pero ¿sabe? el libro de Pablo Simonetti se lo puedo vender a dos mil quinientos y se dirigió a la trastienda para volver con el libro en la mano, me lo pasó con cara “ahora sí, hago negocio”, yo lo tomé y leí la contraportada, estaba enfrascada en la lectura cuando el hombre, después de describir las bondades del libro: que era todo éxito, que era bueno, se vendía mucho etc., lo más destacable para él, el autor “es gay”, y siguió con lo “mino” que era el autor, la buena facha que tenía y añadió mientras yo hojeaba las páginas de letras deslucidas: son las mismas editoriales las que nos venden libros pirateados. El nombre de un editor, integrante de una importante entidad nacional sonó en mis oídos, levanté el rostro y sonreí. Le respondí, se comenta ese hecho en el ámbito literario, qué lamentable. Me fue imposible disimular la pesadumbre. ¿Usted escribe? Consultó con interés. Sí, respondí, pero no le daré mi nombre. No me conoce nadie. En esa respuesta reflejé la realidad de miles de escritores chilenos. El hombre respondió sonriente: parece que hay que ser gay para tener fama y éxito con las ventas. No sólo eso, sino que se debe poseer dinero, mucho dinero para pagar a la editorial, el marketing y los canales de distribución. ¿Cuesta mucho publicar?, consultó incrédulo. Sí, mucho dinero para el bolsillo escuálido de los escritores. Esa es la razón por lo que se ve poco libro escrito por autores nacionales, dijo, además está llegando mucho libro importado, es más barato. Así veo, respondí. Le entregué el libro de Simonetti y me despedí con cierta desazón.

Cargué en mis hombros el peso de la batalla que no hemos podido vencer los creadores de Chile. Los capitales muerden con saña los gastados ojos y sesos de los escritores nacionales. Hasta cuándo me pregunté, encendí un cigarrillo y me alejé a paso rápido. El librero sin saberlo, había puesto el dedo en la llaga. Recordé “La desesperanza” de José Donoso. No fue un escritor exitoso, fue un gran escritor. Por lo menos hoy está en vitrina.