Egon Schiele

"No hay arte nuevo. Hay artistas nuevos. El artista nuevo tiene que ser fiel completamente a si mismo, ser un creador, ser capaz de construir sus propios cimientos directamente y solo, sin apoyarse en el pasado o la tradición"

Miguel Barnet

".. nos gusta también burlarnos del canon de las academias y de los académicos, de los poderes hegemónicos, de la bolsa de valores y de la prensa adocenada que nos castiga a diario con un lenguaje antiliterario. La literatura no es otra cosa que un antídoto frente a los valores absolutos, un bálsamo y un espejo impúdico que no debe ocultar absolutamente nada. La literatura es la verdadera Caja de Pandora de la mitología y no un tratado de armonía y belleza como quería Platón sino un salvoconducto para instalarnos en esa esfera de lo estético que condensa las aspiraciones más puras del ser humano".
Encuentro Internacional SECH -Chile

miércoles, 17 de octubre de 2007

Calle San Diego

En la calle San Diego de Santiago de Chile, existen dos hileras de pequeños quioscos que exponen y venden al público, libros usados, pirateados y también versiones originales.Recorrí a paso lento y con hambre de ratón literario los puestos de venta. Libros de Isabel Allende y autores extranjeros se encontraban en cantidades impresionantes. Pocos autores chilenos, excepto uno que otro libro de José Donoso, el libro de Malucha Pinto, y algún otro desconocido colgaba de un estante del primer librero. En otros, Sthendal, Kuorac, Borges, entre libritos de sopas de letras y puzzles diversos exhibían sus portadas envueltas en plástico transparente, junto a diccionarios que claramente son ediciones antiguas para este año. Múltiples cuentos, en ediciones minúsculas y baratas, para estudiantes de básica y media se mezclaban con textos para profesores. Pero otros textos escritos por chilenos, salvo el de Delia Vergara, Conversaciones con Lola Hoffman, “El inútil de la familia” de Jorge Edwards, “Antología de Aire” de Rojas, “Versos para combatir la calvicie” de Nicanor Parra, Elizabeth Subercaseux, en otros quioscos, nada. Me acerqué a un puesto ubicado casi al final de la faja de ofertas, pregunté por el Arco y la Lira de Octavio Paz, algún libro de Diamela Eltit, de Berenguer, Montecinos, no habían. ¡Ah!, pero Bonsái de Zambra, un libro pequeño, pirateado se ofrecía en ocho mil novecientos pesos, el de Donoso, La desesperanza, en diez mil pesos. Aquel librero insistía que Bonsái no lo encontraría más barato y añadió pero ¿sabe? el libro de Pablo Simonetti se lo puedo vender a dos mil quinientos y se dirigió a la trastienda para volver con el libro en la mano, me lo pasó con cara “ahora sí, hago negocio”, yo lo tomé y leí la contraportada, estaba enfrascada en la lectura cuando el hombre, después de describir las bondades del libro: que era todo éxito, que era bueno, se vendía mucho etc., lo más destacable para él, el autor “es gay”, y siguió con lo “mino” que era el autor, la buena facha que tenía y añadió mientras yo hojeaba las páginas de letras deslucidas: son las mismas editoriales las que nos venden libros pirateados. El nombre de un editor, integrante de una importante entidad nacional sonó en mis oídos, levanté el rostro y sonreí. Le respondí, se comenta ese hecho en el ámbito literario, qué lamentable. Me fue imposible disimular la pesadumbre. ¿Usted escribe? Consultó con interés. Sí, respondí, pero no le daré mi nombre. No me conoce nadie. En esa respuesta reflejé la realidad de miles de escritores chilenos. El hombre respondió sonriente: parece que hay que ser gay para tener fama y éxito con las ventas. No sólo eso, sino que se debe poseer dinero, mucho dinero para pagar a la editorial, el marketing y los canales de distribución. ¿Cuesta mucho publicar?, consultó incrédulo. Sí, mucho dinero para el bolsillo escuálido de los escritores. Esa es la razón por lo que se ve poco libro escrito por autores nacionales, dijo, además está llegando mucho libro importado, es más barato. Así veo, respondí. Le entregué el libro de Simonetti y me despedí con cierta desazón.

Cargué en mis hombros el peso de la batalla que no hemos podido vencer los creadores de Chile. Los capitales muerden con saña los gastados ojos y sesos de los escritores nacionales. Hasta cuándo me pregunté, encendí un cigarrillo y me alejé a paso rápido. El librero sin saberlo, había puesto el dedo en la llaga. Recordé “La desesperanza” de José Donoso. No fue un escritor exitoso, fue un gran escritor. Por lo menos hoy está en vitrina.

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