Egon Schiele

"No hay arte nuevo. Hay artistas nuevos. El artista nuevo tiene que ser fiel completamente a si mismo, ser un creador, ser capaz de construir sus propios cimientos directamente y solo, sin apoyarse en el pasado o la tradición"

Miguel Barnet

".. nos gusta también burlarnos del canon de las academias y de los académicos, de los poderes hegemónicos, de la bolsa de valores y de la prensa adocenada que nos castiga a diario con un lenguaje antiliterario. La literatura no es otra cosa que un antídoto frente a los valores absolutos, un bálsamo y un espejo impúdico que no debe ocultar absolutamente nada. La literatura es la verdadera Caja de Pandora de la mitología y no un tratado de armonía y belleza como quería Platón sino un salvoconducto para instalarnos en esa esfera de lo estético que condensa las aspiraciones más puras del ser humano".
Encuentro Internacional SECH -Chile

jueves, 6 de diciembre de 2007

ÁRIDO

Me he comido todas las malditas uñas, pensó Pedro frunciendo el entrecejo y mordiéndose los labios. Los perros ladraban en el jardín árido de su barrio. Desde la ventana los observó. Una mueca de desagrado ensombreció su rostro. De un par de zancadas alcanzó la mesa cubierta con hule cuadriculado. Sacó un Derby de la arrugada cajetilla y lo llevó a los labios no sin antes restregar por sus labios gruesos la manga de su polera negra manchada de té y mermelada. Aspiró el cigarro, expulsando el humo tomó su cuello con la mano izquierda, repasó la barbilla y sintió en sus dedos la aspereza del descuido. Esa tarde había deambulado por el cementerio entremezclándose entre las tumbas, sintiéndose parte de esos millares de huesos carcomidos por los gusanos tapados de mesas con placas grabadas y algunos adornados con flores secas por el paso del tiempo. Él estaba vivo, pero más muerto que sus abuelos o bisabuelos o que todos sus antepasados juntos. Este último tiempo no ha escrito nada. Estás seco, habría dicho su viejo maestro de literatura. El desierto paralizaba sus emociones y neuronas, constreñía su espíritu desde la cabeza a los pies. La hiedra desértica lo tenía sumido en la inercia. El desierto y la cesantía son como besar la muerte, pensó fugazmente. Se arrojó a la cama de espaldas y siguió aspirando el cigarrillo con los ojos escudriñando el techo grisáceo, contando mentalmente los agujeros negros del concreto. Buscó un cenicero debajo de la cama y lo instaló en su vientre desnudo. De un tirón se alisó la polera y volvió a repasar el techo. Al lado de la ampolleta había una nueva hendidura, pequeña, pero su vista podía distinguirla. Dió una última chupada a la colilla y la apaga hundiéndola repetidamente en el cenicero roto y vetusto. Quedó con los brazos estirados a cada lado de su delgada estructura. La fatiga de no hacer nada apuñalaba su pecho. La escuálida ayuda de sus viejos, no alcanzaba. Cientos de currículos, había despachado. Otras tantas entrevistas frustradas levantaban a su alrededor una cárcel invisible. Una secuencia de rostros de secretarias, sicólogos y gerentes pasaron por su mente propinándole un nuevo golpe. Movió la cabeza. No había concluido su carrera, la beca se la cortaron por haber repetido un ramo por segunda vez. En seis meses había hecho casi de todo, guardia, cajero part-time, cargador de camiones, vendedor de celulares. Todo era a plazo fijo. Era la usanza actual, la moda del mercado, la moda de la economía, el nuevo capitalismo. Nada era estable. Tampoco él. Los tentáculos de la angustia hurtaron la leve quietud de la inercia. Estoy vivo después de todo. Es posible que reciba alguna respuesta y pueda alimentarme. El recuerdo de un humeante plato de sopa lo azotó. La náusea del hambre lo llevó corriendo al baño. Un vómito gelatinoso de bilis y té sacudió su espalda agarrotó su estómago. Se afirmó en el lavamanos, intentando recuperar algo de serenidad. Se lavó la cara y humedeció sus brazos. Necesitaba despertar del letargo. El ruido de un vehículo lo acercó a la ventana. La noche estaba espesa en lluvia, en mugidos inexplicables de casas vecinas. Nada que hacer, siempre había una pareja discutiendo o niños llorando. Respiró fuerte. Alcanzó la caja de zapatos donde tenía unos medicamentos, buscó desesperado un tranquilizante. El hallazgo de un comprimido alivió su semblante. Dormiría. Sería lo mejor. Dormir, no pensar, no recordar, no despertar. Dos vasos de agua intentaron aplacar el hambre. Mañana será otro día se dijo y corrió la cortina deshilachada de la pensión. Cerró los ojos pensando en la posibilidad de un milagro. Recibiría alguna respuesta de una empresa, una de tantas a las cuales había enviado el dichoso currículo. Sonrió al pensar que si tenía trabajo, lo primero que haría sería ir a visitar a sus viejos a Putre. Podría estudiar alguna carrera vespertina. Al amanecer pudo conciliar el sueño. Al día siguiente, a las doce del día, la señora Rosa golpeó la puerta para entregarle una carta. Pedro no respondió. La señora Rosa golpeó más fuerte la vieja puerta de la pieza de Pedro. Esta vez le gritó. No obtuvo respuesta. La señora Rosa tomó la manilla de la puerta y la hizo girar. La ampolleta estaba encendida, la caja de zapatos encima del mantel de hule que cubría la mesa. En el rincón del estrecho cuarto se encontraba la cama de Pedro. Él estaba acostado vuelto hacia la pared. Dormía. Ella se acercó agitando el sobre en la mano y gritó de nuevo su nombre. Pedro no respondió. Arrojó la carta y con sus dos manos lo zamarreó. Giró su cabeza para mirarlo y soltó un grito.

1 comentario:

  1. El sentirse familiarizada con lo que lees, crea lazos...Gracias por favor concedido,ji,ji es una forma de decir, que me hizo sonreir el ver el dibujo en tu blog. Saludos.

    ResponderEliminar