La literatura ha sido olvidada por el sistema cultural. Pero ¿a quién le importa si los propios escritores no levantan la voz?
Podemos hablar, despotricar en contra de las autoridades, por cierto, siempre y cuando no estén presentes.
¡Qué poco se aporta! y ¡Cuánto se habla! o con seudónimos o nick (para hacer honor al avance tecnológico). Algo he aprendido.
Tenemos lo que somos. Escuché por ahí o ¿pienso?. Da temor imaginar que algún escritor o escritora llegue a un alto cargo. Todos sabemos lo que sucede, se envolverán en palabras empalagosas, se cubrirán de privilegios y jamás, pero nunca jamás (y perdonen los amantes de la gramática y lengua perfecta), harán algo por sus pares.
Se entusiasman, se hacen planes, se construyen castillos y…. todo se derrumba.
¿Por qué seremos tan complicados? Y por supuesto que me incluyo. Darán fe de mi carácter los que han vivido junto a mí. Pero al menos podrán dar fe de mi constante preocupación por este gremio olvidado, desamparado y paupérrimo hasta el pecado. Cabe preguntarse pecado … ¿de quién o quiénes?
¿Cuánto hemos avanzamos? ¿Cuánto podremos avanzar? En esta lucha de egos y almas susceptibles heridas por los avances o la maledicencia de algunos o algunas. Pero ya desde mis inicios en este largo caminar acompañada de libros (especialmente Neruda, Lorca y Mistral), lápices, papeles, ansias de aprender, andaba como náufraga en busca de una palabra de aliento, una palabra de apoyo, un indicio de solidaridad. Tal vez una brizna hubiese podido calmar mi sed. La situación actual no es diferente. ¡Qué triste realidad la de la literatura! (más triste es la de los escritores). Me refiero a la que nace en el callejón de la provincia. En los bordes ignorados por la gran capital, por un sistema cultural que paradójicamente se creó para el desarrollo de las artes, pero ha sido para el progreso de un grupo de académicos, y/o ejecutivos del sistema neoliberal, paseándose con sus maletines y celulares ante las barbas de los artistas. ¿Por qué no decirlo?, también el espacio para individuos ambiciosos que han encontrado no sólo su nicho laboral sino un mercado donde moverse ágilmente en busca de utilidad a costa del talento de los artistas nacionales, siempre perdidos en brumas existenciales y tan poco atentos a estos bicharracos de largas y afiladas garras.
¡Qué necios somos! en la pedantería de nuestro accionar intelectual o intelectualoide, necios porque dejamos avanzar a los nuevos gerentes de la cultura, que sólo pretenden beneficios a costa de los artistas.
Pero allí están los escritores juntándose en mesas con botellas de vino y pichangas, criticando maliciosamente (o ¿malévolamente?) el último libro de un colega o el último recital en el Pablo Neruda.
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