Caminó por la vereda del parque, caviló intentando encontrar las piezas del rompecabezas. La humedad congelaba sus huesos. No le importaba. No tenía tiempo para sentir el hielo del día, sólo el de su alma. Pateó un trozo de volantín y un vaso plástico. ¡Ah! Si pudiera dejar a un lado los recuerdos de esta forma. Hacía tiempo que no lograba conciliar el sueño, las botellas de pisco se acumulaban debajo de la cama y las colillas en los ceniceros. Tosió, el alquitrán lo estaba matando de a poco. Lo sabía, no le importaba. Se cumplirían tres años desde la ruptura con ese ser especial que le hizo sentirse amado y despreciado. Estúpidamente querido y humillado. Habían transcurrido exactamente mil novecientos cinco días desde la gran decepción. Todavía latían en su cabeza los acontecimientos. Como garras de tigre rasguñaban sus vísceras. Arrojaban bilis, retoñaban odios.
No encontraba las piezas del rompecabezas. Cruzó hacia el foro universitario. Con lentitud avanzó rodeando la laguna de los patos. Se sentó con las manos en los bolsillos., piernas estiradas, las piezas aparecían y desaparecían, bailaban burlonas ante sus ojos. ¿Cómo logró sobrevivir este tiempo? No tenía explicación. Los recursos que utilizó, un amigo, otro, una juerga, otra. Estudio o trabajo. ¿Cuál de las drogas tenía mejor efecto? No lograba dar en el clavo. Tenía claro una sola cosa: era sobreviviente de un tornado, un ladrón que entró a su casa y la desmanteló, arrasando su paz. ¿Por qué? ¿Para qué?
No existían respuestas. Seguían faltando las piezas. Un anciano abandonó la banca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario